Son las cuatro de la tarde, a penas hay un par de clientes y uno de los camareros aprovecha para comer en la barra. Me presento y accede a charlar conmigo desde el otro lado de la barra mientras seca vasos con un trapo.
Se crió en Badajoz y empezó trabajando en la construcción. Cuando se vino a Barcelona se instaló primero en la calle Tarragona antes de venir a Les Corts.
Le pregunto qué hace un buen camarero. Como algún otro de sus colegas responde que la atención al público. También corrobora con ellos la necesidad de mano derecha tanto con el personal como con los clientes. Asegura que hasta el 80% de los clientes son fijos aunque dice que se pueden ir de un día para otro si sube el menú medio euro.
Lo peor del oficio son la cantidad de horas que hace. Abre de lunes a sábado, día de fútbol. Sirve desayunos y comidas sobretodo para oficinistas. Sirve todo tipo de comida: desde jamón, buen embutido de su tierra, pasando por carne o pescado y hasta bocadillos.
Respecto a los catalanes dice entender el idioma y haber superado los tópicos. Cuenta que un hombre le hablaba siempre en catalán hasta el día en que se dio cuenta que él sólo lo entendía pero no lo hablaba. Dice que este pequeño hecho le hizo ver que somos gente respetuosa. Reconoce que cuesta más ganarse las amistades pero que una vez entabladas duran más mientras que en su tierra todo el mundo es más afable pero no se puede confiar en todo el mundo.
Juan Carlos es un hombre precavido aunque no desconfiado. Cuenta que a veces algunos estrangeros le han intentado estafar. "Hay que andarse con ojo". "Pero la gente es buena y honesta", una vez un hombre le pidió cambio de 500€ y le devolvió 50€ que Juan Carlos le había dado de más. Le doy la mano, me obsequia con su sonrisa y me voy. Ha parado de llover.
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