Nada más entrar se puede notar ese ambiente tabernero característico de este tipo de establecimientos, esa morriña que sólo los gallegos pueden expresar. No es simplemente un bar o una taberna donde se ahogan las penas, se intenta seguir a Messi por la pantalla los domingos o se juega al mus. Estamos en un restaurante gallego de pura cepa, con dueños con acento bastante fuerte. La decoración se basa en cuadros con fotos antiguas, mapas y demás sobre Galicia, y de herramientas del campo. Huele a carne a la brasa y a lacón con cachelos, y flota en el ambiente ese pequeño tufo a tabaco que, pese a la ley, continúa perenne en el local como si constituyera un elemento más. Con esta primera impresión, proseguimos hacia el interior de A ruta galega.
Llegar al fondo del restaurante, no obstante, resulta algo dificultoso. No sabemos si en un intento de meter cuantas más mesas fuera posible en el local los dueños olvidaron lo difícil que puede llegar a ser el trabajo de un camarero que ha de pasar por ese espacio cargado con cordero, ternera, esquixadas o pimientos de padrón. Entre los parroquianos de la barra y los comensales sentados, avanzamos hacia el fondo del local. Aquí es donde uno puede llegar a arrepentirse por haber venido a este restaurante, al escuchar ese “oído” que surge de los pulmones de uno de sus camareros y retumba en todo el lugar.
Y es que aquí, en este mismo punto, conocemos uno de los encantos de este restaurante, y es uno de sus camareros. Huey o Joe, que es como le llaman en un intento por imitar su peculiar nombre, es cubano, de Santiago. De gran porte -debe medir el 1,90-, tez morena y voz característica, Huey puede llegar a exasperar al cliente con sus gritos de “oído” o “guaniquiqui”, que es lo que grita cuando alguien ha pagado la cuenta y él deja el platillo en la barra para que el jefe cobre. “De pequeño me tragué un sub-waffer”, bromea a menudo Huey con su tono grave de voz.
Y es que Huey tuvo que salir de Cuba hace años por problemas con su gobierno. Él nos cuenta cómo comenzó los estudios de Ingeniería Naval en la armada cubana durante su servicio militar obligatorio y emigró hacia España. “En Cuba te obligan a permanecer en el ejército unos años obligatoriamente”, afirma Huey. De alguna manera, nuestro camarero es una especie de desertor, ingeniero y que hoy por hoy se dedica a la hostelería más por necesidad que por otra cosa. Pese a ello, la energía que desprende Joe cuando trabaja es contagiosa. Se podría decir que él mueve la planta de abajo del restaurante, cosa que hace innecesaria la presencia de un segundo camarero en ese punto de A ruta.
Merengue de adopción, a Huey le encanta el deporte. Siente predilección por el besibol, muy practicado en su país natal, pero se deja encadilar tanto por el fútbol como por el baloncesto. Si uno no se ha enterado de alguna noticia deportiva relevante, este camarero es el perfecto RSS humano. O mejor dicho, un Twitter: es capaz de, cuando uno llega al lugar, preguntarte sobre la noticia, explicártela si es necesario, y darte su opinión sobre el asunto... y todo ello recogiendo mesas, escuchando pedidos y condensándote el mensaje en menos de 140 carácteres.
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