No quedan demasiados restaurantes de comida casera en el barrio barcelonés del Poblenou(22@). Uno de ellos es el bar restaurante Tovar. Hace treinta y seis años que el padre de Paco, el actual dueño del bar, subió por primera vez la persiana del número once de la calle Bolivia.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado tanto en el barrio como en la clientela y desde el otro lado de la barra Paco nos las describe con un poco de nostalgia.
Estudiantes, oficinistas y mossos de escuadra han sustituido a los obreros de las fábricas herederas de la tradición textil del barrio. Paco también se lamenta de la irrupción del seco y escurridizo euro frente la alegre y boyante peseta. Los sueldos se han ajustado y la crisis económica se acusa. El menú de 8,50€ está congelado en su pizarra.
La cultura de los bares está cambiando. Según Paco, las leyes restrictivas antitabaco, los controles de alcoholemia y la zona verde han perjudicado su negocio. “Este era un país más alegre, ahora la gente se centra en su trabajo y la familia”. Tanto es así que ha decidido bajar la persiana a las cinco de la tarde. Ya no compensa seguir abiertos por la noche por las cuatro cañas que podrían hacer. Al cambio de hábitos de los clientes hay que unir la pérdida de sentido humano, sobretodo en las ciudades. Al final de este vídeo, Paco cuenta una anécdota muy reveladora en este sentido.
La familia de Paco es de origen andaluz. Tiene muy presente su origen humilde y eso ha sido clave en la educación de sus hijos. Ha visto cómo su padre trabajaba más de 12 horas al día incluso los domingos. Ahora han sacrificado horarios para ganar en calidad de vida. Cuando sale del restaurante puede pasar más tiempos con sus hijos aunque reconoce que no siempre es gratificante. “Son unos tiranos, antes mi padre no tenía que repetirnos las cosas treinta veces”.
Paco estudió maestría industrial y trabajó en la electrónica y la telefonía pero vivió la alegría de la peseta y se ganaba mejor la vida en el restaurante. Ahora se arrepiente porque le gustaba más la electrónica que la restauración. Sin embargo, sabe lo que hay que tener para ser buen camarero.
No todo el mundo puede serlo, hay que forjarse un carácter, tener presencia, buena actitud y saber encajar en el puesto. Hay que recibir al cliente con una sonrisa y hacer que se sienta gratificado. El cliente cada vez es más exigente y quiere un servicio más técnico. No siempre es fácil ser educado y dar la mejor cara en todo momento pero concede que es una profesión que posibilita conocer mucha gente, hacer amistades nuevas. Abriendo para desayunos y comidas no se establece una relación tan íntima con el cliente como pueden hacerlo los barmans nocturnos que actúan muchas veces de psicólogos. Paco lo tiene claro, de día no hay que hacer comentarios sobre lo que dicen los clientes, “no hay que entrometerse en la conversación de la gente”.
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